miércoles, 16 de marzo de 2011

La única Revolución posible y necesaria

Creo que nunca se podrá insistir lo suficiente en el hecho de que, para cambiar el mundo, primero tenemos que curar nuestra propia neurosis interna.

Sin embargo, la tendencia suele ser la contraria: situamos los problemas en lejanas fronteras, o en ámbitos de la realidad mundial que nos quedan grandes, para evadir nuestra responsabilidad y así continuar sin hacer nada. "La sociedad", "la televisión", "los gobiernos", "las empresas"... desde esta limitada forma de ver las cosas, la culpa de todos los males siempre es "de otros", y es más cómodo si esos "otros" son entidades abstractas e impersonales, a quienes sabemos que nunca podremos ver cara a cara para exigirles una explicación. Así, los problemas que tanto nos disgustan se perpetúan, y el mundo continúa aparentemente a la deriva, fuera de toda posibilidad de acción por nuestra parte.

Tarde o temprano, llega el momento en que algo nos lleva a comprender que el mundo que vemos (y del que constantemente nos lamentamos), es el reflejo exacto de lo que "llevamos dentro". Si nuestra propia mente es un caos, lleno de temores, egoísmos, rechazos, inhibiciones, desconfianzas, inseguridades, contradicciones y automatismos acumulados desde que éramos niños, será difícil que veamos algo muy diferente de todo aquello cuando miramos hacia fuera.

Cada cual tendrá que Trabajar sobre sí mismo, por las vías que estime más adecuadas -o como suele ser el caso, por aquellas que la propia Vida nos presenta, siempre en el momento oportuno- para alcanzar ese estado mínimo de claridad, de unidad interior, de disposición amorosa del que hablaba al principio. Solo entonces, cuando nosotros mismos estemos "curados" e integrados, podremos después ejercer un impacto positivo en el entorno inmediato que nos rodea: familia, trabajo, amigos, vecinos. Y verdaderamente, no es necesario mucho más. Haciéndolo de esta forma, las cosas en el mundo entero están abocadas a cambiar de forma sencilla y completamente natural.

Los problemas más importantes nunca están lejos, ni pertenecen por naturaleza al ámbito internacional. No tiene ningún sentido dedicarse a reparar o maquillar los efectos de todos esos problemas, si no solucionamos primero su causa fundamental; y esa solo está en nuestro interior. Lo cual significa una gran esperanza para todos.